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Tuve la suerte compadre
de nacer medio campero
y caminar con esmero
los senderos de mi padre.
Es por eso que mi madre
me sabía aconsejar
y otras vecesrigoriar
a pesar de las gambetas,
porque de chico las tetas
largaba pa jinetear.
Al año medio justito,
sino me falla el recuerdo
tenía de freno al perro
y de abajo bien mansito.
Cuando le pegaba el grito
al suelo se me largaba;
despacio le acomodaba
lo que fuera mi recao,
un trapo bien recortao
que fue batón de mi mama.
Donde ella se descuidaba
y peligrando la soba,
le jineteaba la escoba
hasta dejarla pelada.
Pues era la reservada
que más me gustaba andar
y aunque me sabía bajar,
recuerdo la tarde aquella,
de puro echarla a la huella
justo se vino a quebrar.
Cuando cumplí los dos años
me conseguí de ocasión,
un clinudo escobillón
de pelaje muy extraño.
Lo pialé detrás del baño
sin que me viera la vieja,
y firme contra la reja
lo monté y salió escarbando
mientras yo lo iba probando
desde la panza a la oreja.
En las siestas domingueras,
encerraba la manada
y pingo que me gustaba
le ponía las bajeras.
Era la única manera
de formar una tropilla,
tenía diez maravillas
de pelo raro y variao
y por toditos rodeao,
de madrina una varilla.
Recuerdo que los ataba
en hilera y a la sombra
y despacio pa la bomba
del cabestro los llevaba
¡qué trabajo que me daba
pá mantenerlos limpito,
y no había lonja ni grito
que los hiciera parar,
con el saque del bozal
se acostaban de mansitos.
Después se vino la vida
con su galope tendido
y con ese gris de olvido
fui cubriendo las heridas.
¿Donde tropilla querida
andarás de tu andadura,
corriendo por la llanura
de cuando chico inventé,
y hoy sin querer lo llamé
y en mi memoria perdura.
Por eso a veces me planto
y se me viene el malón,
cuando hablan de tradición
los paisanos del asfalto;
le juro me causa llanto
ver gauchos de utilería
que por gusto les daría
pa subir sin que cayeran,
un caballo de madera
de aquellos... que yo tenía.