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Sale de su cada, da un portazo:
la pelota bajo el brazo, salta el muro y el portón.
Cruza hasta el baldio de la esquina
donde el mundo se ilumina y cada niño es un campeón.
Y el medio de la tarde, un gol
resplandece mucho más que el sol.
Y la vida parece que fuera un juego,
un juego que todos podemos ganar.
Gira la redonda envenenada.
Balconea la barriada, las pisadas del guri.
Un viejo de lentes y corbata,
con el padre habla de plata y toma un whisky en el jardín.
Y en el medio de la cancha, él,
con el mundo girando a sus pies.
Y la vida parece que fuera un juego,
un juego que todos podemos ganar.
La felicidad brilla encendida,
cabalgando en la estampida ciega de la multitud.
La dorada luz de las medallas,
colgará la muralla de ingratitud.
Y en el medio de la noche, no hay
un silencio para recordar
que la vida parece que fuera un juego
un juego que todos podemos ganar.
Pero el ángel alto de la gloria
tiene muy mala memoria y se olvida de quién sos.
Cuando ve que cambia la fortuna,
abandona la tribuna y te deja solo a vos.
Y en el medio de la vida está
ese niño sin su eternidad.
Y la vida parece que fuera un juego,
un juego que todos podemos ganar.