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Al museo de Sevilla
iba a diario Juan Miguel
a copiar las maravillas
de Murillo y Rafael.
Y por las tardes, como una rosa
de los jardines que hay al entrar,
pintaba a Trini, pura y hermosa,
como si fuera la Inmaculá.
Y decía el chavalillo:
¿Pa qué voy a entrar ahí
si es la virgen de Murillo
la que tengo frente a mí?
Triniá, mi Triniá,
la de la Puerta Real,
carita de nazarena,
con la Virgen Macarena
yo te tengo compará...
Algo tu vida envenena...
¿Qué tienes en la mirá
que no me parece buena?
Triniá, ay Trini, mi Trini, ay mi Triniá.
Al museo sevillano
un mal día visitó
un banquero americano,
que de Trini se prendó.
Y con el brillo de los diamantes
la sevillana quedó cegá...
Y, entre los brazos de aquel amante,
huyó de España la Triniá.
Y ante el cuadro inacabao
así decía el pintor:
Tú me has hecho un desgraciao...
¿Sin tí que voy a hacer yo?
Triniá, mi Triniá,
la de la Puerta Real,
carita de nazarena,
con la Virgen Macarena
yo te tengo compará...
Algo tu vida envenena...
¿Qué tienes en la mirá
que no me parece buena?
Triniá, ay Trini, mi Trini, ay mi Triniá.