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Veníamos de vuelta del fracaso
de haber mezclado el mazo
en miles de partidas.
Hicimos otra vez el mismo juego
y en ese mismo juego,
las trampas aprendidas.
Quisimos engañarnos pero en vano
perdimos la verdad en cada mano.
Las cartas de los dos están gastadas,
tan viejas tan marcadas,
que ya no sirven más.
Te das cuenta que esta fue
nuestra última partida.
¡Cuántos años, cuánta vida,
que jugaste, que jugué!
Preguntate para qué,
como yo me lo pregunto,
y, mirá por cuántos puntos
nos ganó la realidad.
¿Por qué no gritamos juntos?
¡No va más, ya nunca más!
Tal vez en la carpeta de otra mesa,
donde el amor empieza
jugando limpiamente.
Allí con tantas trampas que sabemos,
seguro que podemos
ganar a un inocente.
Nosotros no sigamos con lo nuestro,
cualquiera de los dos es un maestro.
Nos conocemos tanto al enfrentarnos,
que sólo con mirarnos
tenemos que empatar.