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No me arrepiento, no, no me arrepiento
de haber dejado morir, dentro de mi, mis sentimientos,
de haber dejado extinguirse la llama
que hizo fundirse nuestros cuerpos.
No me avergüenzo, no, no me avergüenzo
de haberte visto sufrir y no sentir nada por dentro,
de estar de brazos cruzados
mientras te vas derrumbando.
Y es que no puedo tener remordimientos
porque tú te lo mereces,
por haberte creído que impunemente
jugarías conmigo.
Te lo mereces, ladrón, como castigo,
porque tú has hecho grande
mi dolor tantas veces que mi rencor
en tu presencia se enciende.
Te lo mereces, sí, te lo mereces.
No me arrepiento, no, no me arrepiento
de haber sabido esperar para vengar cada momento
que por tu culpa he llorado,
que por tu amor he sufrido.
No habrás pensado que yo te he perdonado,
porque tú te lo mereces,
por haberte creído que impunemente
jugarías conmigo.
Te lo mereces, ladrón, como castigo,
porque tú has hecho grande
mi dolor tantas veces que mi rencor
en tu presencia se enciende.
Te lo mereces, sí, te lo mereces.
Te lo mereces, ladrón, como castigo,
porque tú has hecho grande
mi dolor tantas veces que mi rencor
en tu presencia se enciende.
Te lo mereces, sí, te lo mereces.