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Había una vez un gato,
que era el dueño de la noche
y salía de paseo
con flores en el bigote.
Estaba siempre de fiesta
maullando por los tejados,
con gatas de cola larga,
completamente borracho.
Un día vino ese gato
a pararse en mi ventana
para mirarme y mirarme
hasta que fue de mañana.
Totalmente enamorado
me maullaba tan feliz,
que yo al final le hice caso
y con él me fui a vivir.
Para que yo me durmiera
me llevaba siempre el gato
a pasear por la vereda
lamiéndome los zapatos.
En medio de esa alegría,
gateando por la ciudad
ya no me importa más nada
que amar al gato y maullar...
Miau, miau.
Ya no me importa más nada
que amar al gato y maullar.
Miau, miau, miau...
Miau, miau.