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Adiós, decía el estampido y yo
detrás de su reflejo fui,
sujétame un rato este sol, te dije, y ya jamás volví,
y con tanto rumiar las briznas me olvidé
de echarle más pelusa al ombligo y, tal vez
debí mirar atrás y preguntar si ayer
la lontananza era limpia y la senda también,
será que mi cansino caminar
no ronda por la puerta de
aquello que llaman amor,
y en el alféizar me quedé,
mirándote al pasar, queriéndote ofrecer
el pienso de tan lejos que no pudo ser,
y te quiero contar que nada me amparó,
así que mal y tarde te pido,
quédate hasta el día que lluevan pianos,
quédate hasta que yo dé mi brazo a retorcer,
y fóllame, como si esta noche me fuera a comer
las estrellas una a una,
quédate, jugará tu corazón al esconder, con el mío,
en la basura,
contar las puntadas sin hilo es
lo que me queda por hacer,
que dicen que tan necio soy
que no he sabido enloquecer,
pero juré enlutar los tumbos que bordé
y levantarme cabal y maldito por ti,
y, al decirle al papel que sigo estando aquí,
el eco me devuelva el gemido.