la tieta

La despertará el viento de un golpe a los finestrons. Es tan largo y ancho la cama... Y son fríos las sábanas... Con los ojos medio cercados, buscará otra mano sin encontrar nadie, como ayer, como mañana. Su soledat es el fiel amante que conoce su cuerpo pliegue a pliegue, palmo a palmo... Escuchará el miol de un gato castrado y viejo que en sus rodillas duermo los largos anocheceres de invierno. Hay un missal adormecido encima la mesita y un vaso de agua medio vacío cuando se quita la tieta. Un espejo agrietado le dirá: «Ya te haces grande. Cómo ha pasado el tiempo! Cómo han volado los años! Como sueños de juventud por los carres se han perdido! Como se arruga la piel, como se hunden ellos ojos!...» La portera, a su paso, dibujará un somrís: Es el orgullo de quien tiene alguien por calentarle la cama. Cada día el mismo: coger el autobús por trabajar al despacho de un abogado gandul, con quien en otro tiempo ella se hacía el apretón. De esto hace tanto de tiempo... Ni lo recuerda la tieta. La que siempre tiene un plato cuando llega Nadal. La que no quiere nadie si unos buenos días toma mal. La que no tiene más hijos que los hijos de sus hermanos. La que dice: «Todo va bien». La que dice: «Tanto se vale». Y el Domingo de Ramos comprará a su ahijado un palmó largo y blanco y un par de calcetines y a la iglesia los dos harán como hace el padre y alabarán Jesús que entra a Jerusalén... Le darà veinte durets por abrir una libreta: hace falta ahorrar el dinero como siempre ha hecho la tieta. Y un día se debe morir, más o menos como todo el mundo. Se lo llevará una gripe cabe al agujero profundo. Entonces ya habrá pagado el nicho y el ataúd, los salms de los curas, las misas de difuntos y las flores que seguirán su enterrament; son cosas que a menudo las olvida la gente, y hacen guapo las flores con negras trapos colgando y al trasero unos amigos, descubiertos hace un instante y una esquela que dice... «Ha muerto la señorita... ...descanse en paz. AMÉN»... Y olvidaremos la tieta.