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Qué pena no ser ave de paso, ni derrota de carta marina. Qué dulce ser
el trapo blanco, henchido al viento del velero que alegre se encabrita.
Qué lento ser cipres, viviendo erguido al cielo y saber que todo en
este mundo necesita su tiempo.
Qué pena no ser ave de paso, ni proa que acuchilla siete mares, o
relumbre del zarcillo de bella muchacha, que descalza baila por los
parques.
Busco el ruido de las plazas, busco en las calles de ciudades que ya no
conozco. Busco el aroma de mujeres que pasan a sus cosas, a su lucha,
a la tarea que les toca.
Guardo una tarde de sol por si hace falta, ese es un tesoro que nadie
podra arrebatarme. Guardo la mirada risueña de alguna muchacha, guardo
en un bolsillo el color de la piel de una naranja.
Mejor pluma del ala de un perro, que pasar los días esperando ahumar el
avispero de la mente, que se dispersen la desidia con sus sombras.
Te busco entre la gente de las plazas, te busco en las calles de
ciudades que ya no recuerdas. Te busco en el perfume de mujeres que
pasan, en los silencios que crecen cuando ellas no hablan.
Te guardo una tarde de sol por si la quieres, ese es un tesoro que
nadie podra arrebatarte. Te guardo una mirada risueña que nada
pretende, te guardo en un bolsillo el calor de mi piel por si vinieses.