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Se tocaba. Se acariciaba.
Se enloquecía y sudaba.
Gemía. Gritaba,
y sólo su eco le contestaba.
La habitación: un sillón,
y su cama que era muy ancha,
siempre vacía; mortaja fría;
y su bajo vientre no le mentía.
Y ya sus manos no le alcanzaban.
Fué una noche de pesadilla.
De ésas de fuego; de ésas que queman.
Que la conciencia le consumían;
y el bajo vientre le congelaban.
La habitación, y un cajón
el tibio filo, lleno de amor.
No lo pensó. No lo dudó.
Y en su cama, que era muy ancha,
se fué sangrando, pero gozando.
Se fué muriendo, pero sonriendo.
¡Ay, y no sufrió más!
¡Ay, ya no sufrió más!