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Ana se mordía las uñas al hablar
y como nadie la entendía
se marchó a otra ciudad.
Bebía de los charcos,
nos quería enseñar,
primero fue subirse a un árbol,
luego todo lo demás.
No huía de nosotros,
sólo pretendía separar
el amor del miedo,
el dulce de la sal.
Y nadie la vio sonreír jamás.
Y nadie la vio sonreír jamás.
Ana decidió mentir para probar
que las mentiras repetidas
acaban siendo la verdad.
Ana se acostó
con tantos que perdió
la noción de a quién tocaba
y qué sentía en realidad.
No huía de nosotros,
sólo pretendía separar
el amor del miedo,
el dulce de la sal.
Y nadie jamás la ha vuelto a ver más.
Y nadie jamás la ha vuelto a ver más.
Y nadie jamás la ha vuelto a ver más.