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No tengo ganas de hablar,
prefiero admitirlo y callar.
Es duro pero no hay solución,
parece que ha caído el telón.
Y ahora que la suerte
se escapa de mis manos,
la única culpable soy yo.
Vuelta a empezar.
Mi mundo se desploma
porque al final
los nervios me traicionan.
Quiero gritar,
gritar hasta que ya no pueda más.
Si hasta un volcán se apaga
por falta de actividad,
¿por qué mi pesimismo no se agota jamás?
Mientras me deje llevar
por este miedo irreal,
de poco sirve esperar
algo de felicidad.
Ya he sido acusada, juzgada y condenada
a una cárcel de indecisión.
Una vez más la duda me aprisiona
y la ansiedad
me puede y me transforma.
Quiero gritar,
gritar hasta que no pueda más.