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De vez en cuando recuerdo
mis años de infancia con gran frenesí,
y en el colegio me veo comprendiendo
el pensar baladí.
Muchas preguntas formulo,
algunas con gracias, con tenacidad,
otras punzantes, de esas que ignoramos
por trivialidad.
El preguntón me decían
y es enhorabuena en la actualidad,
el preguntón, sin fatiga,
sin medir su escasa estatura y edad.
Las burlas no desaniman
a aquel que procura con ánsias saber,
las burlas logran regar la semilla
e invitarla a crecer.
¿De qué color es la dicha,
qué número acaba en diez años usted?
¿Por qué el buen cielo, mediante la lluvia
no apaga mi sed?
¿Por qué los mapas se agrandan?
¿Por qué sonreímos, lloramos después?
¿Por qué se asusta ante aquella pregunta,
con aire de juez?
El preguntón me decían
y es enhorabuena en la actualidad,
el preguntón, sin fatiga,
sin medir su escasa estatura y edad.
He interrogado la vida, buscando palabras,
callando el dolor
y he comprendido que anque nada fácil -vaya...-
me ha vuelto mejor.