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Ocho de la mañana (más o menos)
de un domingo de marzo
con el sol en la espalda,
vuelvo de laburar.
De lavar mil y un platos,
tenedores, cuchillos.
Pero con mi bagayo
y no pido nada más.
Poca gente, es temprano
levantado casi nadie.
Veo un auto alquilado
y un churrero al pasar.
En la esquina hay pibes
que al sol ha acorralado
y los está acribillando
contra una pared.
Sobreviviente de la noche,
de otra pequeña batalla
de sus vidas guerreras
en pleno gozar.
De muerte por las mañanas
en persecutas callejeras
errantes como fantasmas,
Kamikases de la sed.